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Obesidad: ¿altera la cognición?

En las últimas décadas, a nivel mundial han surgido cifras epidemiológicas alarmantes en cuanto a la epidemia de la obesidad. Tal como lo indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad y el sobrepeso se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Actualmente la forma utilizada para medir la obesidad es el índice de masa corporal (IMC), esto es el peso de una persona en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metros. Una persona con un IMC igual o superior a 30 es considerada obesa y con un IMC igual o superior a 25 es considerada con sobrepeso (1). A nivel mundial según la OMS, en 2014, el 39% de las personas adultas, mayores de 18 años tenían sobrepeso, y el 13% eran obesas (2). Mientras que en Argentina según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR, 2013) la prevalencia de sobrepeso fue de 37,1%, valor que se mantuvo constante con respecto a la 2° ENFR realizada en 2009, aunque creció respecto de la evidenciada en la 1° ENFR 2005 (34,4%). Por otra parte, la prevalencia de obesidad fue del 20,8%, resultando un 15,6% mayor que en 2009 (18%) y un 42,5% mayor que en 2005 (14,6%) (3). Durante algunos años el sobrepeso y la obesidad solían ser considerados un problema propio de los países de ingresos altos, desde hace algunos años este fenómeno está aumentando de manera significativa en los países de ingresos bajos y medianos, en particular en las regiones urbanas. La causa fundamental del exceso de peso es un desequilibrio energético entre calorías consumidas y gastadas Tal como se evidencia el aumento en las cifras de personas con sobrepeso y obesidad, de forma concominante se puede observar como se ha modificado el patrón de ingesta de alimentos en los últimos años, donde la oferta de productos alimenticios tiende a ser ricos en calorías por contener cantidades importantes de

grasas, sal y azúcares pero pobres en vitaminas, minerales y otros micronutrientes (4). Inmersos en este ambiente obesogénico, se comienza a evidenciar que la obesidad es un problema de salud pública que va más allá del mero balance energético, donde también se incluyen factores genéticos, neuronales y endocrinos (4)(5). En cuanto a los factores neuronales, recientes estudios muestran que ciertos alimentos específicos ricos en grasas saturadas y /o azúcares simples, muy característicos de un dieta occidental, pueden producir deterioro cognitivo, en algunos casos independientes de sus efectos sobre la ganancia de peso corporal y la obesidad (5). Los mecanismos mediante los cuales se produce el deterioro neuronal no están del todo descriptos; en las últimas revisiones se considera que la inflamación de la neuroglia sería el gatillo que desencadena el daño, sumando el estrés oxidativo producido por sustancia proinflamatorias (6). En este sentido, se reconoce al hipocampo como la región del cerebro que modula las señales relacionadas con la adquisición y consumo de alimentos, a través de la detección y la utilización de señales neurohormonales importantes para el equilibrio energético. Al estar interrumpido el normal funcionamiento del mismo, resulta dificultosos poder moderar el consumo y esto exacerba aún más el circulo vicioso que se produce en el sobre peso y obesidad (6). Para hacerle frente al estrés oxidativo, la evidencia indica que el consumo de alimentos con antioxidantes naturales (como la vitamina E y C, carotenoides, flavonoides) puede prevenir y hasta revertir parcialmente el daño. Los ácidos grasos poliinsaturados omega 3 también se han propuesto para desempeñar un papel en la modulación del riesgo de deterioro cognitivo (6)(7). Como conclusión se evidencia que comer en exceso grasas saturadas y / o azúcares simples pueden deteriorar funciones cognitivas. Considerando al

hipocampo como responsable de una serie de funciones, entre ellas la memoria episódica (es decir, recordando lo que hemos comido), así como nuestra capacidad de respuesta a las señales de hambre y satisfacción interna, se debe prestar atención especial a la cantidad pero también a la calidad de la dieta, ya que el estrés oxidativo que daña la microglía del hipocampo puede crear un círculo vicioso en el que es a la vez causa y consecuencia de la sobrealimentación y la obesidad. En concreto, la prevención es posible y es el punto donde se debe actuar, promoviendo el consumo de alimentos ricos en antioxidantes y el desarrollo de actividades que estimulen y ejerciten el normal funcionamiento neuronal.

Referencias bibliográficas:

1. Definición de obesidad. OMS. Disponible en: http://www.who.int/topics/obesity/es/ 2. Prevalencia de sobrepeso y obesidad. OMS. Disponible en: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs311/es/ 3. Tercera encuesta nacional de factores de riesgo para enfermedades no transmisibles. Ministerio de Salud de la Nación Argentina. Disponible en: http://www.msal.gob.ar/images/stories/bes/graficos/0000000544cnt- 2015_09_04_encuesta_nacional_factores_riesgo.pdf

4. Ma. Elisa Zapata. La mesa argentina en las últimas dos décadas, CESNI 2017. Disponible en: http://www.cesni.org.ar/2016/11/la-mesa- argentina-en- las-ultimas- 2-decadas/ 5. Martin AA, Davidson TL. Human cognitive function and the obesogenic environment. Physiol Behav. 2014 Sep;136:185-93. Disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/24631299 6. Beilharz JE, Maniam J, Morris MJ. Diet-Induced Cognitive Deficits: The Role of Fat and Sugar, Potential Mechanisms and Nutritional Interventions. Nutrients. 2015 Aug 12;7(8):6719-38. Disponible en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/26274972

7. Gillette-Guyonnet S, Secher M, Vellas B. Nutrition and neurodegeneration: epidemiological evidence and challenges for future research. Br J Clin Pharmacol. 2013 Mar;75(3):738-55. Disponible en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23384081


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